Casinos y vicios: El tormento de la desprotección
Columna de opinión por Daniel Sánchez, Psicólogo y académico de la Universidad Central
La muerte de dos trabajadores en manos de un cliente en un casino Monticello nos ha dejado a todos perplejos por dos cuestiones centrales: la primera, relacionada con la violencia manifiesta de una persona ante la frustración; la otra, y más preocupante aun, con la desprotección que muchas organizaciones tienen por la salud de sus colaboradores.
Si nos centramos en el cliente (jugador) y algunas condiciones propias de su posible ludopatía, podemos decir que esta enfermedad se caracteriza por un deseo constante, repetitivo, progresivo y descontrolado por apostar en juegos de azar, lo cual va poniendo en jaque su actuar, el de sus cercanos y su entorno.
Al respecto, cabe reflexionar sobre todas las adicciones presentes en nuestra sociedad. Mucho se habla de alcohol y drogas; poco, sin embargo, de otras adicciones tanto o más complejas, entre ellas, la pornografía o la velocidad, por mencionar algunas. Todas complejas, por cierto, pero pocas veces expuestas como lo que ha sucedido actualmente en el casino.
Con relación a los trabajadores, ellos reciben cursos de capacitación para lidiar con clientes difíciles y personas bajo efectos del alcohol y las drogas, así como con personalidades violentas. Curiosamente, quien tiene menor riesgo, es, siempre, el ludópata, quien se visualiza como una persona lejana, atormentada y prácticamente desvalida. Éste a veces, incluso, pasa días y semanas durmiendo en el casino para seguir jugando.
Situaciones propias de la seguridad, y el temor con el que se trabaja y el miedo constante ante el actuar irracional de algún cliente, están siempre presentes. La naturaleza de este trabajo, que implica el movimiento de impresionantes sumas de dinero, en segundos resulta siempre ser una cuestión frágil.
Es muy importante hacer un llamado a las organizaciones y a la forma en que cuidan a sus trabajadores. Pareciese ser una constante que, frente al clientelismo propio de algunas organizaciones modernas, los colaboradores quedan simplemente expuestos al devenir.
Podrían escribirse miles de páginas respecto de la enfermedad, trastorno, desequilibrio de un jugador, su historia de vida personal y causas previas legales hasta el descontrol. No obstante, no resulta muy auspicioso justificar tal actuar sin observar, a la vez, empresas que, obteniendo ganancias en el 2016 por más de 6 mil millones de pesos, aún no cuenten con algún dispositivo detector de metales u otras herramientas que permitan proteger a sus colaboradores.
Toda organización está compuesta de infinidad de personas buenas y de interés colectivo. La diferencia recae en lo perverso de un negocio que, más allá de cualquier prerrogativa, ha preferido hasta hoy el bienestar de sus arcas más que el de las personas, trayendo las consecuencias que ya conocemos.
Esperamos que existan iniciativas de mejora constante hacia la seguridad de los colaboradores, clientes y personas. Sabemos lo complejo que resultará en un casino decirle a un cliente dispuesto a aportarle al negocio uno, 10 o 100 millones de pesos en una tarde que debe someterse a detectores, pues se duda o sospecha de su condición. Algo que, sin duda, habrá que pensar. Entretanto, lamentamos la perdida de tres personas, las que más allá de sus opciones de vida y /o patologías esperan nuestra bendición.
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