Columna de opinión por Francisco Iturriaga, Presidente de la Unión Nacional de Pensionados.

La realidad de la discriminación hacia los adultos mayores en el sistema bancario es efectiva y dolorosa.  El sistema niega tarjetas de crédito, cuentas corrientes y créditos hipotecarios entre otros. Lo anterior obedece al riesgo de muerte y la acción temerosa de los seguros que asisten al sistema. Asimismo, los bajos ingresos que reportan la mayoría de las pensiones se constituyen en otra limitante.

En este aspecto son muy pocas las instituciones formales que se hacen cargo de atender las necesidades de crédito de este sector y muchas las informales que ven la posibilidad de hacer un excelente negocio ante la eventual incapacidad de pago o morosidad de los adultos.

La discriminación del sistema bancario hacia la tercera edad es el reflejo de otros interminables aspectos que están entronizados como “normales” en nuestra sociedad. La discriminación laboral por el hecho ser viejo, que se materializa en dos formas, menos sueldo o no aceptación por la edad.

Tampoco se hace nada para permitir un acceso proferente al   transporte público. Con la excepción del metro, la tercera edad, sigue gastando una parte importante de sus pensiones en movilización.

Las ISAPRES esperan el peor momento del adulto mayor para sacarlo del sistema, en los remates por deuda, tampoco se considera la edad.  La mejoría de las pensiones siempre son tema de estudio y de mesas de trabajo para “más adelante”. Remedios y calefacción son uno de los principales gastos del adulto mayor, no obstante, en este tema, nada concreto.

Tampoco se ha visto una solución real para la falta de geriatras en el sistema de salud. Sólo 57 especialistas que, sumados a 31 médicos de medicina general, nos deja con 88 profesionales para 3 millones de adultos mayores.

En suma, ser adulto mayor significa saber sobrevivir en medio de la discriminación y la indiferencia de las autoridades.